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Posts Tagged ‘Cielo sobre Berlín’

El sábado 25, tuve la oportunidad de volver a ver, en el Cine Doré, una de mis películas favoritas: El cielo sobre Berlín. Dado que la tengo reciente y me merece un cariño especial, podría servir perfectamente como primera toma de contacto con mi blog. En esta y, probablemente en las próximas obras que trate individualmente, desarrollaré un análisis dividido en partes y terminaré con un párrafo escueto a modo de reseña crítica. De esta manera, el que no quiera leer todo el artículo, puede pasar directamente a la crítica al final.

En 1987, ya después de algunas de sus películas más famosas (como El amigo americano o París, Texas), Wim Wenders estrenó El cielo sobre Berlín en medio de una gran expectación. La película había sido escrita por él mismo en colaboración con Richard Reitinger y el prestigioso escritor Peter Handke, autor de obras como La mujer zurda.

A modo de digresión, diré que de Handke sólo he podido leer, por ahora, La tarde de un escritor, también de 1987, que a decir verdad me resultó una obra un tanto decepcionante, especialmente por comparación con la que trato en esta entrada, y que me cuesta ver como algo más que la publicación del texto privado y falto de rigor de un escritor que intenta enfrentarse al papel en blanco, en un ejercicio innecesario de metaliteratura de estructura más o menos aleatoria. Por lo demás, el libro también me hizo pensar, en favor del autor, que en la película que nos ocupa, quizá fuera él el responsable de las indagaciones intelectuales más metafísicas y la obsesión de pormenorizar los detalles representativos en las descripciones.

Para terminar con las personas tras las cámaras, la fantástica banda sonora corre a cargo de Jürgen Knieper, y la fotografía, deslumbrante tanto en color como en blanco y negro, es uno de los últimos trabajos del prestigioso Henri Alekan (que ocupó el mismo cargo en películas como Vacaciones en Roma o La Bella y la Bestia de Cocteau, unos cuarenta años antes).

FONDO

La historia tiene como personaje principal a Damiel (Bruno Ganz), un ángel con ciertas inquietudes filosóficas, que vaga por el cielo de la ciudad de Berlín, a veces acompañado por Cassiel (otro ángel más científico que filosófico) y a veces solo, navegando por los pensamientos de las personas, procurando guiarlas e infundirlas ánimo cuando están dolidas. Desde el principio de la película, Damiel está interesado en experimentar la vida terrenal, tal como le explica a Cassiel, que parece quizá entenderle ligeramente mal. Las inquietudes del ángel se intensifican cuando conoce a una mujer, Marion, y la sigue hasta su intimidad, interesado por sus pensamientos melancólicos y, por supuesto, por su físico (su cuerpo, pero también su arte acrobático). La historia cambia de rumbo cuando consigue que su compañero Cassiel le ayude a volverse humano y adentrarse en el mundo material. «Observar no es mirar hacia abajo, sino al nivel de los ojos», le dice.

Evidentemente, este resumen simplifica mucho la historia, ya que no sólo Marion le sirve a Damiel para convencerse del valor de lo tangible. Otro momento clave es la muerte de un conductor de motocicleta, a quien el ángel se acerca y, sumergiéndose en su mente, le ayuda a recordar todas aquellas cosas del mundo que querría conservar al marcharse. Casi todas esas cosas resultan ser lugares, objetos o sensaciones físicas que Damiel continúa repitiendo para sí incluso después de dejar atrás al moribundo. Hay gran cantidad de detalles que reflejan el anhelo del personaje, como el bolígrafo o la piedra, pero también hay otros muchos que le ayudan a convencerse, como el breve instante en el que acerca su cabeza a la cabeza del maestro de ceremonias del circo, que observa fascinado la última aparición de Marion, y se encuentra con que de su pensamiento no surje palabra alguna.

El valor simbólico de la unión amorosa de los personajes, prometida en el sueño que Damiel le induce a Marion, está recalcado en el monólogo clave en el que ella habla de la importancia de su decisión: «Decidimos para todos». Con esta decisión se cierra un círculo que se abría al principio de la película, en las digresiones poéticas acerca de lo indeterminado («¿Por qué yo soy yo y no soy tú?», y demás).

Hay otros temas en la película aparte del valor de la dimensión material de la vida. Los más evidentes son la inocencia de los niños (cuya capacidad de percepción se ve reflejada en el hecho de que son los únicos que ven a los ángeles), la teología (concentrada fundamentalmente en el momento en el que los dos ángeles repasan la historia del mundo desde su perspectiva) y, en especial, la ciudad de Berlín.
Dos aspectos de la ciudad, en cierto modo relacionados, se desarrollan ampliamente durante la película: su historia (a través de, entre otras cosas, las imágenes y las alusiones a la Segunda Guerra Mundial) y su arquitectura (inmortalizada magistralmente por esa cámara voladora que recorre edificios emblemáticos, y especialmente la famosa Biblioteca Estatal de Berlín, convertida casi en otro personaje).

Además, hay dos personas que sirven de distinta manera como catalizadores de la historia de Berlín y que, sobre todo, son dos de los tres elementos que contribuyen a la unificación de los numerosos aspectos tratados en la película. Ambos tienen una faceta metaliteraria y metacinematográfica respectivamente, plasmando, probablemente, la conciencia de los universos creadores de Handke y Wenders.
Uno de ellos es el veterano actor Curt Bois interpretando ni más ni menos que al poeta Homero, como si su existencia desafiase el paso de los siglos. El personaje simboliza al narrador viejo, hombre de experiencia que repasa sus recuerdos. Tiene una conciencia globalizadora, con la que recoge la esencia general de todo lo que percibe en el mundo. Sentencia con melancolía una frase que resume muchos de sus pensamientos y justifica el hecho artístico en sí: «Si la humanidad pierde algún día su narrador, habrá perdido también su infancia». Es Homero, y sabemos que lo es porque entra en escena invocando a la Musa, y empieza pensando que los hombres que le escuchaban en círculos se han convertido con el tiempo en lectores silenciosos. Su presencia en la película es, asímismo, un inteligente paralelismo con las obras renacentistas en las que se trataban temas espirituales y se utilizaban, para apoyar su condición filosófica universal, clásicos de la antigüedad. Esto ocurre, entre otros casos, con la Divina Comedia, donde Virgilio guía a Dante por el infierno.
El otro personaje al que me refería es Peter Falk, haciendo de sí mismo. El actor protagoniza una película ambientada en la Segunda Guerra Mundial, elemento metacinematográfico y, de la misma manera, ironía sobre el estigma del nazismo en Alemania. Peter Falk, convertido graciosamente en un ángel venido a humano, une a otros personajes en los puestos a los que va a tomar café. Allí Marion le cuenta que busca a un desconocido, y allí también se dirije a Damiel, que le acepta, y a Cassiel, que significativamente le ignora. Su presencia recalca el valor de la imagen, consciente de sí misma, a través de su labor audiovisual, a través de momentos como aquel en el que se prueba sombreros, y a través de su condición de actor reconocible para el gran público, tan real y tangible que se interpreta a sí mismo.

FORMA

El tercer elemento unificador de la película es el precioso (y filosóficamente evocador) poema de Peter Handke que comienza con un «Cuando el niño era niño» y se repite con variaciones a lo largo del metraje, a modo de estribillo, dándole a la película una conciencia abstracta, contribuyendo a su lirismo y transmitiendo las inquietudes del personaje. En el sueño de Marion, inducido por Damiel, ella repite los versos del poema que se oyeran al principio de la historia, como el eco de unas inquietudes compartidas. Los últimos versos zanjan el problema existencial del ángel con un optimista y repetido «y todavía es así», cuando Damiel llega al mundo material y lo empieza a recorrer, satisfecho.

Este texto en off se escucha en varias ocasiones, antes y después de los pensamientos de las personas que deambulan por Berlín. Y es que son estos pensamientos la sangre de la película. Los ángeles escuchan, invisibles, los sentimientos, las reflexiones y los desvaríos de todo tipo de gente. El guión, en lo que se refiere a las palabras en las que se traducen los pensamientos escuchados por los ángeles, es de una exuberancia y un talento fascinantes. Evocan todo tipo de trasfondos a menudo a través de ideas inconexas (la corriente de la conciencia a la que se refería William James), pero también contribuyendo, a través de un filtro lírico, a la conformación de la narrativa que caracteriza a los pasajes del mundo espiritual en la película.

Un profesor me dijo una vez que esta es la película, de toda la historia del cine, que justifica mejor una dicotomía narrativa entre fragmentos en blanco y negro y fragmentos en color. No he visto A vida o muerte, pero de entre el resto de las películas que he visto, creo que ninguna tiene motivos tan convincentes o tan necesarios para establecer dicha dicotomía, ni siquiera El mago de Oz. En el mundo espiritual, la fantástica música de Jürgen Knieper, con sus coros angelicales y su tono etéreo, nos elevan junto a los ángeles, a través también de una cámara fluida, pero inquieta, que vuela y se pasea por todas partes. El movimiento, el continuo ir y venir de lugares y personas, sin embargo se hace tranquilo y relajante a través de este lirismo embriagador.

Por contraposición, el mundo material hace gala de una gama de colores muy marcada, gracias a la espléndida fotografía de Henri Alekan, pero lo lírico se torna aquí, en todo momento, prosaico. La cámara se mantiene estática o sigue al personaje estrictamente, no se escuchan los pensamientos de nadie y la música se ve sustituida esta vez por los numerosos sonidos de la ciudad. Todo parece tangible y mundano, pero esta sensación, este mirar «al nivel de los ojos», resulta, gracias al resto de fragmentos etéreos, extrañamente deslumbrante a la vez que no deja de ser minuciosamente naturalista. Este renacer del ángel en el mundo físico se nos hace, al igual que a él, revelador, y el sentido del humor está mucho más marcado que en la primera parte de la película para ayudarnos a ver las cosas, al igual que él, como niños. Ejemplos de este humor se ven en todas partes: sus encuentros con niños, la armadura, el helicóptero a modo de tapadera del hecho milagroso, la apreciación de los colores…

Para remarcar este elemento humorístico, cabe matizar que incluso hay una larga escena eliminada que transforma radicalmente el final de la película. En un principio, Cassiel también se acaba convirtiendo en humano, se encuentra a Damiel y a Marion y, de alguna manera, los tres acaban enzarzados en una pelea de tartas. Es comprensible y coherente la posibilidad de introducir una escena así entre otras razones porque no hay nada más cinematográfico para describir la alegría primaria de un juego puramente físico que el homenaje directo al slapstick, en una escena propia de Chaplin. El problema es que el paso del monólogo intensísimo de Marion a esta escena quizá hubiera sido demasiado brusco y, además, se perdería el interesante contraste entre ambos ángeles (Cassiel no terminaba de entender las inquietudes de Damiel). Además, muchas escenas habrían tenido un significado distinto y menos interesante, como la de Peter Falk intentando saludar a Cassiel, que se muestra indiferente.

La música contribuye a ese particular lirismo abstracto recordando también a las bandas sonoras constantes del cine mudo, e infiriendo asímismo a los pasajes del mundo espiritual un halo ancestral y antiguo. Pero este no es el único elemento musical destacable. También es fantástica la música del circo y, por supuesto, la de Nick Cave, que canta su From her to eternity, una canción muy significativa especialmente en el momento en el que Marion la escucha en su caravana y finalmente en el concierto.

La narrativa es también muy interesante en ciertos puntos diferenciados como aquel en el que Cassiel recorre frenéticamente Berlín, con una cámara descontrolada, tras haber sido incapaz de evitar un suicidio. Los flashbacks insisten en el estigma de la guerra, al final de esta escena, ilustrando el libro que lee Homero en la biblioteca o, especialmente, cuando Cassiel recorre la ciudad en un coche y se recuerda a sí mismo viendo por la ventanilla las mismas calles cuando eran ruinas de la guerra.

Para terminar con el envoltorio de la película, es importante recalcar el hecho de que los lugares en los que suceden las escenas son casi siempre simbólicos. Damiel y Cassiel hablan del mundo material en un concesionario, sentados en un coche a la venta. Marion es simbólicamente trapecista y es en el circo donde culmina la fascinación de Damiel por el mundo material. Y, por supuesto, Damiel se convierte en humano, pasando de una dimensión a otra, en plena frontera del muro de Berlín.

La película recibió la acogida crítica merecida y años después, Wenders hizo una segunda parte: Tan lejos, tan cerca (nunca tuve muy claro si el «Continuará» final de El cielo sobre Berlín era un decir o era literal). Aún no he podido ver esta segunda parte, pero la respuesta fue, por lo general, muy inferior a la de ésta. Si consigo verla, probablemente escriba aquí al respecto.
También puede decirse que Hollywood hizo un remake con Nicolas Cage y Meg Ryan (City of angels) que no he visto y, por lo que he leído, no merece la pena ni que lo intente…
Aquí abajo concluyo con una reseña crítica de la película.

RESEÑA CRÍTICA

Damiel y Cassiel son ángeles que sobrevuelan Berlín en busca de humanos que necesiten su ayuda espiritual. En su deambular, Damiel se enamora de Marion, lo cual le convence definitivamente para experimentar una vida material. Una película deslumbrante e inimitable, que transcurre a través de una narrativa embriagadora y personal de contraste entre lo espiritual y lo físico, y la justifica a través de un argumento que subvierte las conclusiones habituales sobre lo importante en la vida. Realización, texto, fotografía y música se conjugan en torno a una poética complejísima. Obra maestra.

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